domingo, 8 de mayo de 2011

Cazador de Medianoche : Buscando respuestas

"Mi nombre es Iván, soy un taumaturgo acreditado en la ciudad de Sevilla, cobro por resolver casos donde la "razón humana" deja de funcionar.

Acabo de llegar a lo que era mi casa y solo encuentro escombros, ni rastro de Jezzabel, la serafina que deje al cargo ni del culpable, tengo que encontrarla y patearle el culo a quien ha volado por los aires mi casa y aún queda lo peor, el papeleo"

Antes de empezar a invertir en una propiedad asegúrate de asegurar todo lo que tengas contra todo desastre posible, es un lema que los humanos suelen usar bastante a menudo, sin embargo en nuestro caso, es algo más complicado, ya que como explicas a la compañía aseguradora que has dejado de vigilante a un ángel con rango de serafín y ahora de tu casa solo queda la caja fuerte y porque fue forjada por un grupo de feéricos, conocedores de la combinación de metales que resistiría hasta el aliento de uno de los extintos dragones que asolaban la edad media, pero esa es otra historia.

Tenía la casa destrozada, no tenía seguro, y en nuestro mundo al igual que ocurre con los humanos corrientes la burocracia lo inunda todo, existen notarios que levantan actas, actas que son llevadas ante un juez y estos dan permisos para usos extremos de magia.

Y todos ellos se llevan un pedazo del pastel y cobran por ello, así que para evitar tener de nuevo movidas con nuestra justicia, desperté al abogado que casi me desangra, literalmente, la última vez, para que llamase a su jefe y viniese a levantar un acta, tendría que pagar una suma curiosa de dinero al cabrón de la morgue por un cuerpo fresco de alguien virgen y bautizado que sería el precio a pagar, no se qué pretenden hacer estos cabrones con ello pero no quiero preguntarlo.

Dos horas antes del amanecer tenía a mi lado al sonriente abogado chupasangre vestido de Armani sacando fotos con una Polaroid y a su espeluznante jefe tomando nota con una Mont Blanc sobre la libreta de hojas más blancas que he visto en mi vida, casi resplandecían en la oscuridad.

El notario en cuestión era una figura de una altura inhumana, delgado y cetrino, con unos ojos amarillo enfermizo que refulgían como los faros de un antiguo Renault copa turbo, no hacia ruido al desplazarse, porque no andaba, parecía como si flotase a unos milímetros del suelo y cuando hablaba lo hacía en un tenue susurro y sentías como se te erizaban todos los pelos del cuerpo como cuando en invierno alguien abre una puerta a una tormenta de nieve mientras estás sentado al calor de la chimenea.

Creo que en alguna parte tenían un nombre para ellos, era algo así como Strigoi, anote mentalmente el buscar más información de estos cabrones y como matarlos, porque un tipo así seguro que tarde o temprano saldría de los límites y permisos que tenía asignados y entonces alguien tendría que cazarlo, aunque teniendo en cuenta que el bastardo era notario, podría comprar a quien le diese la gana de nuestro corrupto sistema judicial.

¿Dónde quedó aquello de la justicia divina? Casi todos los abogados, jueces, fiscales y demás magistrados de nuestra justicia tienen un precio y aquellos que no lo tienen viven a un nivel de vida bastante inferior al de sus congéneres por no aceptar sobornos y regalitos, ambos mundos no son demasiado distintos.

Todo trámite burocrático tarda una eternidad hasta para el más ínfimo de los documentos, por suerte mis licencias se renuevan cada 10 años pero la última vez que las renové fue una semana viviendo prácticamente entre ventanillas, despachos y departamentos varios.

Sin embargo fueron rápidos y no dejaron rastro de su paso, se me concedió la licencia de poner un enmascaramiento temporal para que quienquiera que pasase por allí no viese el verdadero desastre al que había quedado reducida mi humilde morada.

Hice un par de llamadas y conseguí una habitación medianamente decente en un hotel cercano a los juzgados, al menos si alguien pretendía molestarme metafísicamente lo estaría haciendo cerca de un lugar prohibido, a menos que tuviese licencia, y se arriesgaba a jugarse el cuello.

Entré en mi caja fuerte y cogí un par de anillos de sus respectivas cajas, nunca había que dejar que dos artefactos se tocasen entre si, podían suceder cosas extrañas, si estuviésemos al otro lado del charco en la parte “civilizada” cogería también un par de pistolas para cazar osos con munición especial, pero en el viejo mundo las armas tanto blancas como de fuego eran un problema a ambos lados de la cordura y ya tenía bastantes problemas como para ir armando más jaleo, especialmente después de mi ultimo calentón en el puerto y el quinto centenario, desde entonces estaba amenazado de cárcel, de nuevo, si hacia usos pirotécnicos con la magia.

Me monte en mi nueva moto, escuchaba el metal crujir al enfriarse, no le daría la oportunidad de terminar de hacerlo, me puse el casco, ajusté el cuello de la chaqueta y encendí el motor, con la luz que despuntaba al alba sería más fácil hacer preguntas, al menos, por donde pretendía empezar.

Tras pasar todo el día en el Hospital Universitario a base de cafés con obligatoria entrega de un rollo de papel higiénico y horas de seductor uso de la modulación de la voz, conseguí que enfermeras y celadoras de turno me diesen acceso a las instalaciones donde había estado trabajando Jezzabel los últimos días, esperaba que alguno de los que allí reposaban, a la espera de ser diseccionados y pesados para ser recosidos y maquillados antes de darles sepulcro, pudiesen darme respuestas, dicen que los muertos, los niños y los borrachos nunca mienten, creo que quien lo dijo no ha pasado por Estigia.

Las viejas tradiciones se han olvidado y la gente ordinaria manda a sus parientes queridos a una eternidad de putrefacción o a ser consumidos por las llamas, ambos pasos llevan al Olvido sin posibilidad de retorno ni recuerdo, lejano y opuesto lugar al destino final del camino en Estigia, la Forja de Almas, donde todos los espíritus que llegan son fundidos como lingotes de metales, refinados y recombinados hasta forjar un alma nueva, con partes de muchas otras, con lo bueno y lo malo, con pedazos de habilidades y retazos de recuerdos.

Por eso raramente nacen grandes personas, las nuevas almas toman su materia prima del olvido, gris y esteril, y es en la misma Forja donde se le dan las características que tendrá la persona durante toda su vida y la mayoría de las características excepcionales se gastaron y perdieron en los albores de los tiempos.

Puesto que las almas quedan atrapadas en este plano, El Barquero se había vuelto avaro con los siglos y cuando mayor fuese el valor del metal del que estaban hechas las monedas más lejos te llevaba, o al menos eso dicen los libros, es algo que espero no tener que comprobar antes de tiempo y cuando me corresponda que alguien me plante dos monedas de Oro de 24 kilates en los ojos.

A la hora de las últimas clases, ni siquiera aquella chica friki fan de ramstein de nariz torcida quedaba por allí, por lo que a solas con los cuerpos, saqué dos monedas de oro del bolsillo y pregunté en voz alta “¿alguien quiere dinero para el pasaje?”, el resultado habría sido digno de una película de Romero o Yuzna.

Ante tanto escándalo les dije que las monedas solo se las llevaría quien me diese información fidedigna sobre Jezzabel la serafín, la mayoría de ellos volvió apesadumbrados a sus mesas de disección y cámaras frigoríficas, pero una anciana mendiga que había muerto de un ataque al corazón, me dijo lo que las ratas le habían dicho de la morena simpática que trabajaba en la morgue y que siempre tenía monedas para los difuntos.

Al parecer una rata le había dicho a la anciana que un gatito le había dicho a una de sus ratas que habían visto en el primer nivel tras el espejo a un tio enorme agarrando de las alas a un angel femenino de pelo moreno como si fuese un pollo cerca de la nave abandonada que había en dirección a San Gerónimo paralela al rio.

El resto de difuntos que allí había me dieron pena, por lo que aunque le había dado un pase directo a la anciana con destino a la Forja, el resto no merecían quedar en el olvido, asi que fui al bar que está frente a la sala de estudio a por cambio y les di un par de monedas a cada uno, al menos podrían cruzar.

Bueno, ya tenía una pista además buena, los gatos pueden ver a ambos lados de la realidad, un gatito asustado por una enorme rata nunca mentira, una rata nunca mentirá a su dueña y los muertos nunca mienten sobretodo si se trata del dinero del pasaje.

El problema, era que estábamos en la primera luna llena de otoño después de Samhein, fecha propicia para sacrificios de sangre y si era algo capaz de tumbar a Jezzabel no era moco de pavo.

Salí del complejo y puse dirección al centro de la ciudad, aparqué cerca de la plaza del Duque, iba a necesitar energía extra, inicialmente pensé en la cadena comercial de hamburguesas de la esquina, pero me llegó el olor de la pastelería y me dejé llevar por mi olfato, pero en la puerta de la pastelería vi una tienda de la cual desconocía su existencia hasta ese momento, donde tenían galletitas dulces, a precios astronómicos pero que eran el aporte de azúcares que necesitaría, eso y media docena de grasientas hamburguesas.

Mientras daba buena cuenta de la última hamburguesa metí las galletitas en las alforjas de la moto, caí en la cuenta que últimamente mis trabajos eran en su mayoría para la Luz y que estaba desequilibrando la balanza, cosa que no me preocupaba si no fuese porque toda criatura tenebrosa de cierto poder ante la que me presentase, detectaría que actualmente trabajo para la Luz.

Necesitaba un socio, a ser posible alguien que no respirase y que hubiese sido más malo que un dolor de muelas en mitad de un cólico nefrítico.

Mientras mentalmente iba descartando a todos los que fuesen incapaces de patinar un poco al filo de la ley, una sonrisa afloró a mis labios, conocía al tipo en cuestión.

Josue se llamaba el muchacho, llevaba vistiendo como un mayordomo inglés desde que tenia 16 años, usaba maquillaje blanco desde entonces, había jugado a todas las partidas de rol en vivo de vampiro que habían llegado a sus oídos.

Este era un claro ejemplo de que lo que escriben los creadores de juegos de rol puede llevar a alguien a tener serios problemas.

En un libro de uno de los clanes que usaban magia describían a modo de relato que con trozos de tumba de suelo no sacro podía realizarse un poderoso conjuro, a ojos humanos mentira todo, para nosotros tenía cierta verdad pues el escritor era un iluminado al cual alguien con menos escrupulos que yo ejecutó, la línea editorial de libros cerró y ahora han cambiado hasta el universo de juego.

La cuestión es que el muchachito con 20 años saltó la vieja tapia del cementerio inglés de San Geronimo yendo flechado a la zona de los asesinos y suicidas, enterrados según la costumbre protestante en suelo no sagrado, cosa que no solo no apacigua al espíritu en cuestión sino que lo cabrea aún más.

Para colmo y siendo un nefasto cumulo de casualidades, allí estaba enterrado en un ataúd de una madera especial que conserva más el cuerpo, un renegado de la Golden Dawn original, al cual expulsaron por tratar de pactar con fuerzas oscuras.

En el momento en que con un martillo golpeó la primera lápida para llevarse un trozo despertó a todas las “excelentes” personas que allí descansaban su sueño eterno, no murió fue poseído por todos los espíritus, que fusionaron su consciencia con la de Josué, el cual no quedó demasiado cuerdo y tras unos meses en estado catatónico despertó para intentar suicidarse, si hubiese estado vivo lo hubiese conseguido a la primera, pero diez veces más tarde se dio cuenta que no podía morir, unos agentes se presentaron ante su puerta para registrarlo y que eligiese bando.

De aquello hacía ya diez años y el cabrón se seguía conservando como si tuviese 20, el bando lo había elegido mucho antes siquiera de saber que lo que durante tanto tiempo había leído era cierto, ahora Josué el Nigromante, como se hacia llamar por llevar una rata rediviva como mascota, formaba parte de la patética base de la pirámide de poder de fuerzas de las tinieblas Sevillanas.

Pero era lo mejor que tenía, sonriente y tras cerrar el sello de las alforjas con las galletas en un lado y mi chaqueta en otro, amarré el casco a la cadena de la cruz de Manchester y me dirigí andando al lugar donde estaba seguro que se encontraría, al menos si seguía la misma ruta que antaño, la plaza del Cristo de Burgos.